Fue uno de esos días para no
olvidar, un veintinueve de Junio de 2013, algo más de veinte camaradas de
Maristas cosecha del 72, reunidos en el reservado de la Terraza del Sol con el
beneplácito de Gerónimo, y con el lujo de compartir grandes momentos con D.
Cristóbal Quesada y D. Luis Murillo, profesores muy queridos de Física/Química y Biología
respectivamente, e invitados para rememorar viejos tiempos.
La noche no defraudó y los
invitados de honor menos aún. Gerónimo nos obsequió con una cálida bienvenida y
unos Martinis, tapeo, cañas y demás vinos blancos en la recepción del
restaurante para ir calentando motores. Y de repente D. Cristóbal y D. Luis
aparecieron como estrellas fugaces, haciendo gala de la simpatía de la que
gozan en nuestra promoción. Don Cristóbal, a lo clásico, vestía un pantalón
liso color beis y una fina blusa de tonos claros de mangas cortas con finas rallas verticales,
D. Luis un polo rojo remetido en unos jeans azules claros made in 1990.
Carcajadas, abrazos, bromas y cachondeos no faltó. Tras la llegada en salvas de
los compañeros y un buen rato de picoteo, llegó la hora de sentarse y coger
acomodo en el reservado.
Gerónimo no dio lugar a vaivenes.
Cerró la puerta del reservado y dio orden y mando a dos camareras con los Jeans
bien ajustados a nuestra disposición. Todo un lujo y deleite, hay que decirlo,
para el sentido de la vista, que no del tacto. A partir de ahí entrada a
raudales de platos al centro, uno detrás de otro, como si Geromo pensara que
somos inmortales comiendo. No faltó la visita del Chef italiano Giuseppe para
comprobar si todo iba bien, sacando a relucir una camiseta blanca ajustada que
exponían unos musculados bíceps y pectorales. Risas, fotos y anécdotas, más
cerveza, y más vino.
Y llegó la hora de la verdad. De
repente y sin previo aviso repartimos un folio en blanco y un bolígrafo a cada
ex-marista dirigidas a D. Luis Murillo y D. Cristóbal, y decidimos por
unanimidad preguntarles por la auténtica verdad de las leyendas urbanas que
giraban alrededor de estos dos grandes profesores.
La mayoría de las preguntas iban
dirigidas a D. Luis Murillo, pues ciertamente había historias que ya no eran
leyendas, sino mitos que iban pasando de generación a generación y a los que
había que darles un sentido, bien para desmitificar o para confirmarlas como
verdaderas.
Y sorprendentemente no íbamos tan
desencaminados. Efectivamente pudimos comprobar que las mayorías de historias y
leyendas del "Murillo" tenían una base real, a las que había que añadir ciertas
aclaraciones y anotaciones más propias de la marca Murillo.
Entre estas leyendas habría que
destacar que D. Luis efectivamente asistió junto a un estudiante de
tercero de Medicina en Granada a un sujeto yaciente para hacerle una traqueotomía ya que se estaba ahogando por atragantrarse por algo que ingirió y pasó a las vías respiratorias. Ojo, no la hizo Murillo, pero si ayudó y asistió a su
compañero estudiante, y este acto médico se hizo a cuchillazo limpio, y nada de
puntas de bolis BIC como aseguraban las leyendas urbanas. Por otro lado, atestiguó que era falso que corriera con el mítico atleta Abascal, pero sí nos
confirmó que conoció e hizo amistad en la mili al gran corredor de 1.500 metros
José Luis González. También confirmó que conoció a Bibi Andersen, vecino de su
barrio malagueño, a quién apodaban como «Manolo la Guapa».
Las historias no paraban y se
sucedían una detrás de la otra ante la mirada atónita de los ex-alumnos entre
admiración, carcajadas o un aplauso prolongado. Una de las historias más
espectaculares, sin duda alguna, fue la de atender con otros amigos de peñota,
en Málaga, a un buceador que tenía la espalda despellejada, sin piel, tras
sufrir la picadura de una gran medusa sobre el dorso, dejando expuestos los
músculos y dejando entrever los huesos de la
columna vertebral. Negó con rotundidad que fuera producto de una Raya o una Manta, y sí de un celentéreo tipo medusa.
Otra de las historias confirmadas
fue la de ver a un sujeto que se tiraba de un balcón, viendo como el cuerpo se
aplastaba en el suelo, esparciendo sus vísceras por el suelo, incluso
describiendo tras el choque inevitable con el suelo como el cuerpo rebotaba en
el aire unos centímetros a ras del suelo. A mi querido amigo David Peñalver, a
mi izquierda, no le salían las cuentas de las leyes más fundamentales de la
física clásica para explicar este evento y que incluía caída gravitatoria,
aplastamiento y rebote retrocinético de parte del cuerpo hacia el aire de nuevo.
Yo no protesté, al fin y al cabo soy un exalumno de la clase del B, de biológicas,
no de ciencias exactas, y soy crédulo.
Por supuesto D. Luis negó o no
recordó-faltaría más- que con un cuchillo de cortar queso matara a un tiburón o
escualo-una historia quizás más propias de leyendas de otro querido profesor
como el difunto Mr. Jack- y también negó el que hiciera carreras de Rallys con
Carlos Sainz, pero sí nos rememoró, cuando por aquél entonces era un buen mozo,
el que derrapara con su emblemático Mini cuando circulaba a gran velocidad por
la misma avenida principal de Los Belones, haciendo un auténtico trompo al
perder el control del volante. Tampoco faltó el que nos contara con todo lujo
de detalles como llegó a adquirir una de las primeras videocámaras en Cartagena-
o la primera quizás- y nos deleitó con seguir nombrando en latín las
principales conchas y caracolas que los propios alumnos recolectábamos para
culminar nuestros trabajos de Biología,
y que sirvieron para embellecer numerosas cajas de zapatos.
Don Luis sí confirmó que
estudiaba unas 12-14 horas al día, escribiendo y repitiendo hasta la saciedad
sus apuntes en el papel, el que se iba de discotecas en la noche previa a los
exámenes, pero negó que fuera el nº 2 de su promoción como muchos de nosotros
recordábamos, afirmando que se quedó en un memorable 6º puesto. D. Luis no
defraudó ni siquiera en la última historia en la que llegó a negar parentesco
con otro profesor llamado Murlilo de la Universidad de Granada en donde nuestro
compañero maristiano Lorenzo Maciá estudió-o hacía como que estudiaba-, pero sí comentó que un catedrático de su facultad apellidado también
Murillo, falleció en extrañas circunstancias aplastado o triturado o cortado
por la mitad cuando estando dentro de un ascensor se dispuso a salir de la
puerta y de repente se puso de nuevo en funcionamiento el elevador.
Como podéis imaginar queridos
amigos, compañeros y lectores, nosotros mismos estamos dando pábulo a nuevas historias y
leyendas de D. Luis Murillo que pasarán por supuesto a los anales de la
historia de Maristas Cartagena y que alimentarán nuevos sueños y fantasías en
las próximas generaciones de Los Maristas, sin lugar a dudas.
Don Cristóbal Quesada ciertamente
quedó tan atónito como nosotros, y solo pudo comentar con la grandeza de los
grandes maestros, que las respuestas de D. Luis eran más espectaculares que las
propias preguntas de los exalumnos. Don Cristóbal no tiró de grandilocuencias
pero sí nos repitió y nos confirmó a nosotros como al resto de promociones lo
inútiles que éramos, teniendo que asistir a viejas fórmulas para que entráramos
en razón, como tener que explicar que 1+1 eran igual a 2, o que dos átomos de
hidrógeno y uno de oxígeno daba como resultado a la principal fuente de la vida,
el H20.
Fue una noche memorable, un viaje
a nuestro pasado, un regalo en esencia de dos grandes profesores, de dos
grandes profesionales y maestros de la vida, que nos han ayudado a formarnos no
solo como profesionales, sino sobre todo como personas, y que no han escatimado
esfuerzos en estar al lado del alumnado en los momentos buenos y en los más
difíciles, sacando lo mejor de nosotros, y dejando atrás las tonterías de
imberbes e insolentes adolescentes.
Permítannos pues, queridos D.
Luis y D. Cristóbal, este pequeño tributo de una promoción que se ha sentido en
deuda con ustedes y que simplemente quiere agradecerles la buena huella que nos
ha dejado para siempre en nuestros corazones.
Con mucho cariño, la de un
servidor y la de toda una promoción Marista, la de 1978-1990.
Paco Vera